domingo, 14 de diciembre de 2008

Ningún valor como la vida

Hasta aquí he reflexionado sobre los valores humanos que transmitimos y que precisamente son los que nos califican y definen.
Me he detenido en los útiles, vitales, lógicos, estéticos, éticos y religiosos; valores que todos quisiéramos incorporar a nuestra vida.
Pero entre todos aquellos positivos, que edifican y forman nuestra mente y nuestro corazón, ninguno tan valioso como la propia vida.
Y la vida somos cada uno de nosotros, formando parte de la Historia Universal. Nuestra vida es lo más excelso, bello y amable que, por lo sublime de su destino, se convierte en algo impagable, a lo que hemos de conceder la máxima estimación.
Nuestra vida, que es la suma de todos los valores que atesora, nos está pidiendo todo nuestro amor y dedicación.
Yo aspiro a darle a la vida, en solidaridad con todos los hombres, cuanto afecto y ternura sea capaz de generar mi corazón.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Mensaje de Vida

(En diciembre de 2006, este relato obtuvo un accesit en el concurso de relatos para mayores convocado por Cajaduero)


Pablo está sentado en un banco de piedra, sin respaldo ni adornos, que reposa en un lado de la plaza pueblerina. Sus manos temblorosas se apoyan en el bastón de bambú. En ese momento, su pensamiento escarba en las etapas primeras de su vida, trayendo a su memoria vivencias imborrables.
La plaza en la que medita está desierta. Sólo la leve algarabía de unos niños que juegan y los pasos de algún transeúnte aislado, rompen el silencio.
A pesar de su ancianidad, Pablo tiene un corazón sano y una mente fecunda, pero su cuerpo es solamente la ruina física de una gran personalidad.
A sus ochenta y cinco años su vida navega a la deriva por un mar de inseguridades. Para él todo son incertidumbres y dudas. Todo se le escapa y no hay nada a lo que pueda asirse. Él se pregunta: ¿Qué le espera a un hombre que ha cubierto todas las etapas de su vida? Analiza lo que ha hecho a lo largo de todos sus años, y cae en la cuenta de que se ha pasado el tiempo huyendo y buscando. Huyendo de todo sufrimiento, que era una forma de morir, y buscando cómo retener la vida, que se le escapaba sin remedio. La búsqueda y la huida tenían para él un mismo y único fin: vivir.
¡Con qué fuerza recordaba Pablo las etapas de su infancia, de su juventud, y de su edad madura, por lasque había pasado! Y ahora, cuando se acercaba la recta final, seguía preguntándose: ¿Qué busco yo? ¿De qué huyo? ¿Qué pasará cuando se rompa el hilo sobre el que voy caminando? ¿Será un salto hacia la nada?
En estas divagaciones, absurdas decía él, se entretenía Pablo, cuando llegó Cándido, su amigo, con el que pasaba tantos ratos charlando en el banco de piedra.
-Te encuentro ensimismado, Pablo; ¿En qué estás pensando?
-En lo mismo de siempre, que es lo que me atormenta. En mi porvenir. Mi pensamiento le da vueltas a todo los que me espera, y se hunde el ánimo. Porque, ¿podrá reservarse algo bueno para un hombre que ha cumplido ya ochenta y cinco años?
-No pienses en eso, hombre, que te matas tú solo
-¿En qué quieres que se piense cuando la vida toca a su fin?
-Yo tengo tu edad, y cuando me quiere invadir la tristeza, pienso que si este vaso mío de arcilla se rompe, el alfarero que lo moldeó, volverá a componerlo. Eso me consuela.
-Tu situación es distinta a la mía, Cándido, Yo te comprendo. Tú has pasado tu vida en este pueblecito; aquí has echado raíces, aquí te casaste y por ahí andan tus hijos y tus nietos. Tienes en quien poner los ojos y puedes ver cómo se renueva tu vida en ellos. Yo, en cambio, aunque nací aquí como tú, me fui a estudiar, obtuve un título que ejercí lejos de aquí, me casé con una mujer de otras tierras y fui dejando pedazos de mi vida en cada uno de los sitios en que estuve.
En mi peregrinación, fueron quedando mi único hijo y la esposa que compartió mi vida. He quedado solo. ¡Estoy solo, Cándido! ¿Te das cuenta? Vivo, si a esto se le llama vivir, en la más espantosa soledad. Luego, al ser jubilado, me vine huyendo, no sé si del frío de mí mismo, o de tanta gente a la que veía lejana e indiferente, y busqué en esta tierra nuestra, lo único que me quedaba: el calor verdadero de tu amistad y la paz inalterable de la casa.
-Tranquilízate, Pablo, los que somos viejos tenemos que irnos liberando de todo los que nos ata, hasta de la familia, porque cuando llegue el último momento, ni hijos ni nietos nos retendrán aquí, sino que nosotros solos tendremos que enfrentarnos al misterio. Pero tengo que confesarte que siempre queda un rayo de esperanza que ilumina tu vida y te consuela.
"¿Por qué no luchas por dominar tu desesperación? ¡Tienes que salir del abatimiento en que has caído, vencer el pesimismo y ver las cosas de forma distinta, porque no las podemos cambiar."
Cándido invitó a Pablo a dar un paseo hasta el Prado Grande, que estaba plagado de margaritas.
-Vamos a escuchar la canción de este día -le dijo-, que algún mensaje tendrá para nosotros.
Mientras caminaban, Pablo pensaba para él: "¡si yo tuviera algo de esperanza, eso tan sublime, sin lo cual no se puede vivir!"
Salieron del pueblo y se extendió ante ellos un panorama inabarcable. En primer lugar, y ante sus ojos, el Prado Grande, exornado de margaritas blancas y amarillas, guarnecidas de verdor. En el horizonte, la lejanía, que parecía el final, pero que había un mundo lleno de vida más allá.
Los dos ancianos contemplaban un paisaje colmado de alegría y de paz, mientras la sombra de dos nubes blancas que cruzaban el cielo, besaban sus pies. Sus ojos se le llenaron de margaritas. Estaban absortos ante aquella maravilla de color, que se le metía en el alma. Se quedaron callados un rato largo, gozando de aquel deleite; luego, Pablo rompió el silencio.
-Mira, Cándido, las margaritas blancas son tuyas y las amarillas, mías. Están contentas porque las mece el aire en una hamaca verde. Observa cómo esperan de la tierra y del sol, que las hagan fecundas en belleza.
-Oye, Pablo, ¿no has descubierto el milagro? ¡Mira, en medio del prado hay dos niños! Se sienten felices porque se quieren, y tienen la suerte de jugar juntos, aunque no sepan lo que se esconde en los recodos del camino que han de recorrer durante su vida.
-Esos somos nosotros, Cándido. Estamos ahí, en el recuerdo, donde jugamos juntos, ¿te acuerdas? Somos dos vidas que se abren en flor. ¡Mira con qué alegría compartimos la ilusión del juego. Tú eres mi mejor amigo, y yo tengo mis delicias en estar contigo. Son dos almas que claman por la vida y aspiran a vivir siempre, porque no se resignan a morir. Pensar estas cosas me aturde la cabeza, porque ¿quién sabe dónde empieza la vida y dónde acaba?
-Yo pienso que en el mismo que la da. El sol puede crear luz y negarla, porque es la fuente de la luz, no la luna, que la tiene prestada. Por eso la vida sólo puede venir de su propia fuente, que no se seca nunca, sino que siempre aflora a la luz del día con aguas nuevas de vitalidad.
Caía la tarde y el sol quería ocultarse. Pablo siente cómo las palabras de su amigo le llegan al corazón como un eco de eternidad. Delante de él se ha abierto una senda de esperanza. Sus pasos son más firmes, y está conociendo un camino nuevo que le lleva a la Vida con mayúscula. Ya no tiene miedo a lo que le espera. ¡Qué importa la vejez, si se han abierto los ojos del alma! Ha descubierto que lleva dentro de él un aliento eterno, que en lo hondo de su ser surge y se renueva; que su espíritu no ha envejecido. Es algo que experimenta y vive. Se
desvanecieron las angustias y los temores, porque presiente algo inefable y misterioso, algo realmente bueno que lo acoge al final.
Cándido no sabía qué había pasado, pero observó que el rostro de Pablo cambiaba de semblante y que su aspecto se hacían tan amable que no se cansaba de mirarlo.
Volvieron a casa contentos y alegres, como dos niños, con sus pasos lentos, pero exultante el corazón. Pablo había aprendido a escuchar la voz de las margaritas, de la lejanía y de los hombres que le traían un Mensaje de Vida.

El huérfano

(En diciembre de 2004, este relato obtuvo un accesit en el concurso de relatos para mayores convocado por Cajaduero)

El valle se extiende hacia abajo, acompañando al río y formando su cuna. En él ha nacido Manolo y sus dos hermanos Rosina y Toño. Su madre, viuda joven, trabaja sin descanso por ellos. Pero lo que ella gana, es poco. El dinero no llega y si se compran pantalones no hay para chaqueta. El padre murió en un accidente cuando trabajaba en la mina apenas había nacido el más pequeño.
Rosina y Toño tienen ocho y seis años. Manolo, once. Este es un muchacho decidido y valiente que está muy compenetrado con su madre, por lo que conoce bien la situación de la casa en que vive, sabe de los pocos recursos con que cuentan y del esfuerzo que realiza en ella a diario, con el fin de llevar aliento y vestido para todos.
Manolo siente grandes deseos de ayudar a su madre. Quiere responsabilizarse. Anhela ser útil, resolviendo los problemas de todos: "Soy el mayor -piensa-, y he de velar por los hermanos y por la madre como si fuera un hombre".
La casa se levanta, no mucho porque es pequeña, en las afueras de aquel pueblo grande, cerca de la vía férrea. Allí, desde las ventanas que son sus ojos, contempla la corriente de vida que circula en los trenes día y noche.
Manolo tiene un recuerdo vivo de las charlas, ¡..cuántas..!, sostenidas con su abuelo paterno, hombre curtido en Tierra de Campos, donde no hay más abrigo que los rastrojos blancos, o los mudos barbechos. De él, mientras vivió con ellos, aprendió muchas cosas buenas que se desprendían de sus consejos y de su ejemplo.
Un día había poca comida en casa; por eso, el huérfano decidió ir a pescar. Desde su interior, pide a Dios que le ayude, pues tiene experiencia de que no lo va a abandonar a su suerte. Y con el preciado bagaje de su pecera y su caña, su esperanza y su alegría, camina vía adelante jugando y saltando.
Mientras avanza, se va empapando de la belleza del paisaje, observando el vuelo leve de alguna mariposa que bebe en el cuenco de su flor misteriosa.
Aquella vía del ferrocarril por la que él discurría, y la carretera, eran los caminos que comunicaban el valle con dos mares: uno de mieses y barbechos en las llanuras castellanas, y otro de agua, con espejos de plata, donde vive un mundo de ensueño y fantasía.
Y se le escapa el pensamiento, traspasando las montañas que rodean el valle, para luego volver a la realidad del momento presente, en que va por el camino de la vía, rumbo al río, a pescar. Y no se olvida de que quedan atrás, en la pequeña casa de las afueras, su madre y sus hermanos.
Está el valle verdecito y tranquilo. Con las heridas que hacen las minas en el hermoso paisaje. Y Manolo va a pescar peces al río para que coman sus hermanos, mientras por el camino alimenta su vista con la frondosidad de los bosques y el verdor de los prados, donde pacen las vacas.
Con los bártulos al hombro se dirige a un piélago profundo, donde la pesca promete siempre. Es un lugar muy conocido al que acude con frecuencia a jugar con sus hermanos y adonde acompañaba muchas veces a su padre que practicaba este deporte.
Pero en este día, al huérfano lo empuja la necesidad: Quiere llevar alimento a casa. Y con esa esperanza lanza el anzuelo al agua. Luego espera que los peces
vengan a visitarlo, mientras se deleita con el perfume denso y aromático de los manzanos y el discurrir del río.
Apenas habían transcurrido unos minutos, surge el primer alborozo con la caída del pez primero. Habla con Toño, -al que imagina junto a él: "este, para ti".
El Huérfano dialoga con los peces y con los pájaros: Canta, ríe disfruta...
De pronto, ¡otro pez! Luego... ¡otro!, y ... ¡otro!, y ... ¡otro! Y él se dijo: "Ya tenemos segundo plato para todos".
Por último, quedó enganchado en el anzuelo una enorme trucha que no se resignaba a abandonar el río, y que le costó gran esfuerzo llevarla a la orilla. Por fin consiguió meterla en su pecera, con lo que se colmó el vaso de su alegría.
Pero en la vida de cada ser humano siempre le acecha el espíritu del mal para hacerle sufrir de algún modo. Es lo que le sucede al muchacho huérfano en ese momento: alguien le está espiando para arrebatarle su pequeño trofeo, que a él se le antoja inmenso.
Detrás de un matorral hay un gamberro. Sí, un muchachote bigardo y desaprensivo observa los movimientos del pequeño pescador. Al momento, el libertino, con una actitud violenta y fanfarrona se presentó ante el chico con ánimo de arrebatarle todos los peces que había capturado. Lleno de insolencia y de cinismo le dijo:
- Oye, tú, dame esos peces.
La reacción del huérfano fue inmediata:
- No, eso nunca.
¡Cómo! Si no me das los peces así "afablemente" te tiraré al río y después me los llevaré igual-, replicó el gamberro.
Pero Manolo que, en el acto se dio cuenta de que se le pedía un acto heroico, con toda decisión se dispuso a defenderse. Entonces su corazón rezó esta plegaria: "Dios mío, ayúdame". Y dando dos grandes saltos, cual si fuera un puma se encaramó sobre un pequeño altozano; luego se armó con una piedra en cada mano, enfrentándose al malvado.
No te consentiré que te apoderes de lo que tanto trabajo me ha costado
conseguir; si das un paso más, te acordarás para siempre de tu osadía. - -Tú, mequetrefe, ¿me levantas la voz? Ahora vas a saber quién es "tu
padre".
Esto lo dijo a la vez que dirigía sus pasos y su cólera hacia el huérfano, pero éste le disparó una piedra con tal precisión que le pasó rozando la cabeza por el lado izquierdo. De tal modo sintió la proximidad del zumbido que se quedó inmóvil en aquel sitio. Sin embargo, reaccionó pronto y se dirigió a los peces para llevárselos. Entonces el huérfano, creciéndose le dijo autoritario:
Deja eso donde está.
Pero como el gamberro seguía en su empeño, Manolo le lanzó otra piedra, esta vez, rasgándole la oreja derecha, que sangraba bastante. Al verse humillado de aquella forma, se enfureció desesperadamente, dirigiéndole miradas asesinas; mas el huérfano, nuevamente tenía el brazo levantado, en actitud de lanzarle otro de sus proyectiles, y eso detenía al haragán allí quieto, sin avanzar nada hacia el chiquillo, cuya valentía mantenía a raya al fanfarrón.
Fue un momento trágico, aquel en que terminó el diálogo de chiquillo y mozalbete. Eran dos almas encontradas frente a frente: Manolo, como si hubiera subido a la cumbre de su lograda victoria, con actitud valerosa,
dejaba ver por sus ojos azules y muy abiertos, los nobles sentimientos de su gran corazón, y estaba dispuesto a no ceder, mientras el bigardo, que alardeaba de valentón, se veía como un vencido y vil gusano. Afortunadamente acertó a pasar por aquel lugar un cazador que conocía y profesaba gran afecto al huérfano y cuando captó el drama con su mirada, dirigiéndose a él, le dijo:
¡Hola, Manolo!, veo que tienes problemas. ¿Qué te sucede? Creo que llego
en buen momento, para hacer justicia en este pleito. Manolo contestó:
- Lo que pasa es que ese, quiere apoderarse de los peces que he podido
pescar. Entonces el cazador, mirando fijamente al gamberro, le dijo:
- Pues este mozalbete, si quiere peces que los pesque él. Creo que es lo
más razonable. Entonces, el malvado huyó corriendo cuanto podía, y desapareció.
El huérfano no contó en casa nada de lo ocurrido, y aquella noche a la madre y a los hermanos le supo la cena más rica que nunca.

martes, 30 de enero de 2007

Fe y cultura

Ayer estuve en la Iglesia Parroquial de Santa Teresa, de nuestra ciudad. Allí asistí a la fiesta que los P.P. Redentoristas celebraron, en unión de aquella comunidad parroquial. Fue una Celebración Eucarística, en honor de la Virgen del Perpetuo Socorro, tan bonita y fervorosa que será difícil de olvidar.
Tuvo una duración de hora y media, pero se me antojó corta, teniendo en cuenta la belleza y la riqueza que ofreció. Una fiesta religiosa, en que estuvieron presentes, sin duda con gran relieve, la fe y la cultura, pues ambas rayaron a un alto nivel.
Participó en la fiesta un nutrido grupo, excepcional representación de nuestro folklore, con su inevitable tamborilero, que nos ofreció sin duda lo mejor que llevaba dentro y que hizo las delicias de los que allí estábamos.
Se bailaron varios bailes charros, con finura y buen ritmo, que realzaron altamente el acto religioso. Fue una forma de vivir la fe y la cultura al unísono, porque ambas, hermanadas, se manifestaban juntas
Yo quiero felicitar a aquella comunidad, especialmente a los protagonistas de la fiesta, porque nos ofrecieron a los que nos unimos a ella, una fervorosa Eucaristía y una rica y entrañable fiesta cultural.
También se hizo una ofrenda generosa de los más variados frutos de nuestra tierra, armonizada por las cadencias de nuestra gaita. Y se dejó sentir el acento andaluz, en la interpretación de la Salve Rociera, que estuvo acompañada de palmas y demás ingredientes propios del caso.
Yo me siento movido a aplaudir el gesto de introducir en la liturgia lo mejor de nuestra cultura, que son sus raíces, porque pienso que el hombre es tan deudor a su Creador, que en el momento de hacer su ofrenda, será laudable que se dé a El con todo lo que es y con todo lo que tiene.
Finalmente se sacó en procesión un icono de la Virgen del Perpetuo Socorro, por las calles adyacentes, al que siguió un verdadero gentío.
Se prolongó la fiesta con una sangría, que puso en movimiento los bailes charros, nuevamente, con su peculiaridad, en los que destacaba el tamborilero, artífice de aquella charrada.
En definitiva, una exaltación a la fe y la cultura, que han recorrido el camino de la historia, coqueteando la una con la otra.

La tragedia de Biescas

Todavía resuena en nuestros oídos la terrible noticia. Aún está abierta la conmoción que trajo a nuestro ánimo, pues en verdad que la dimensión de la catástrofe ha sido aterradora.
Por eso el triste acontecimiento mueve a una profunda reflexión.
La experiencia mía a cerca de esta tragedia y de otras que he conocido a lo largo de mi vida, es que surge del corazón un sentimiento de conmiseración y solidaridad hacia las víctimas. Después te preguntas; ¿qué puedo yo hacer en este caso, desde la distancia? Y la respuesta es que, realmente nada, o casi nada. Entonces descubres tu debilidad e impotencia.
¡El hombre, que está llamado a dominar la tierra, se siente pequeño e impotente ante un fenómeno semejante de la Naturaleza!.Ciertamente que ella, ya nos tiene acostumbrados a esos exabruptos. Por eso es aconsejable, tener cimentada la vida en roca firme, para mantener la serenidad. Porque, ¿qué puedes hacer en estos casos, si es que no han podido prevenirse ni se puede evitar? Solo rezar por los que han muerto y por los que sienten el vacío de los que se han ido.
Por eso importa mucho estar abiertos a las necesidades de nuestros semejantes, compartir con los demás nuestra vida y ser solidarios con todos, en la medida de nuestras fuerzas, mientras vivimos. A esto nos exhortan estas grandes tragedias, pues el hombre es consciente de que el número de sus días está señalado en el libro de la vida. Yo, que soy rico en años, estoy considerando cómo durante mi infancia la gente moría, habitualmente en su propia cama; ahora muere en la carretera, por accidente de tráfico, o laboral, o por alguna de las muchas violencias de toda índole que nos asaltan.

La voz del Bautista

La voz del Bautista, cuya fiesta celebramos estos días, resuena siempre en el corazón del hombre, porque trae para él un mensaje de salvación. Toda su vida es un testimonio valiente de su condición de profeta y precursor. Isaías dirá de él:"Voz que clama en el desierto: preparar el camino al Señor" .Pues bien, este clamor, viene resonando, a lo largo de dos milenios, en el desierto de la vida de cada hombre, con estas palabras: "Convertíos, porque ha llegado el reino de Dios". Es una voz que llama a todos los hombres a renovar su vida, y a descubrir ese reino en su interior. En esa voz se encuentra el deseo de solidaridad, tolerancia, aceptación y acogida, que el hombre ha de trasformar en realidad.
Juan, como buen profeta, conocía el corazón humano; por eso ponían toda su vehemencia cuando anunciaba al pueblo sencillo el reino de Dios, que es el reino de la inmortalidad. Como así mismo, hostigaba a los fariseos, que por su autosuficiencia rechazaban ese reino de la Vida: "Raza de víboras, ¡quién os librará de la ira inminente!", les conminaba.
El Bautista muestra una imagen pavorosa, cuando anuncia que está el hacha, sobre la raíz de los árboles, que no dan frutos buenos, para cortarlos y arrojarlos al fuego.
Por eso ofrece a todos un bautismo de conversión, para que se puedan acercar a Aquel que tiene la plenitud del amor, y que da una vida nueva con su Espíritu renovador.
Juan el Bautista, prepara el camino al Salvador. Un camino de alegría que nos acerca y comunica con los demás hombres del universo mundo. Predica un bautismo de salvación para el perdón de los pecados: Es decir, la liberación de toda esclavitud.
Siempre obra desde la humildad, reconociendo que hay otro más fuerte y digno que él, al que no merece ni acercarse a la correa de sus sandalias.
Juan es el hombre del desierto que representa la austeridad y la integridad. Se alimenta y se viste de lo que le da la tierra, y su cuerpo parece estar hecho de raíces.
La voz del Bautista es un clamor para los cristianos que quiere ayudarles a descubrir en lo más hondo de su vida, su fe en el Hijo de Dios.

Las tertulias

Estamos viviendo unos tiempos en los que proliferan las tertulias. A todos los niveles y de todos los colores, los grupos de tertulianos abundan en España. Yo mismo formo parte de una tertulia, en nuestra incomparable Salamanca, estando convencido de que hay mucho de positivo en ella.
Pienso que una tertulia tiene mucho de escuela que prepara para la convivencia. En ella se pueden aprender muchas cosas. Pero, para que esto se dé, lo primero que hace falta es una buena materia prima, o sea: tertulianos respetuosos, y un moderador inteligente, que responda a la condición real que lo define: es decir, que sepa transmitir a la tertulia la moderación, y conducirla con una mano suave, pero firme, y, a ser posible, sin perder nunca la calma ni la amabilidad.
Decía que se aprenden muchas cosas en una tertulia. Una de las más importantes, es la de saber escuchar. La escucha se hace en silencio, con los oídos del corazón abiertos al que habla. Normalmente, a todos los hombres y mujeres nos domina el afán de protagonismo, pues es algo innato en la persona humana, que está instalado en nuestro ego y que a todos nos gusta que sea valorado, estimado y admirado, o sea, que a todos nos gusta hablar y que se nos escuche. Y yo sé, que en la tertulia también se aprende a dominar esa tendencia, dejando que hablen los demás.
Toda tertulia responde a una necesidad de comunicarse las personas, por medio de la palabra hablada, para enriquecimiento del espíritu personal y colectivo. Esta comunicación ayuda al ejercicio de la palabra escrita; y doy fe de ello, porque la cultivo, como aquí es evidente.
El moderador de una tertulia, es un poco el alma y el hilo conductor de lo que allí acontece; es el que orienta, corrige, anima, conduce y recoge cuanto hay de enriquecedor en el grupo.
Mi tertulia, no voy a exagerar diciendo que es modélica, porque yo pienso que no hay nada perfecto, como dijera EL PRINCIPITO, en su diálogo con el zorro, pero estoy convencido de que tiene muchas virtudes, y a mí me gustaría cantar sus excelencias. En ella, nadie molesta a nadie, al menos queriendo. Todos nos escuchamos. Nos respetamos. Hablamos con moderación. Pedirnos la palabra, levantando el brazo. Nadie grita.Cada uno se muestra como es, y yo creo que todos somos, más o menos solidarios. Estas pequeñas buenas cualidades, que yo creo no son tan pequeñas, son las que definen mi tertulia.
Quisiera dedicar unas palabras de afecto al moderador de mi tertulia, que bien pudieran ser de felicitación por su conducta hacia los tertulianos, pues sus palabras y su ejemplo nos edifican a todos. El nos ha mostrado cómo hemos de ser tolerantes y solidarios, hablando y dejando hablar a los demás, cualidades que por otra parte nos pide a todos la convivencia humana.
Recientemente, he escuchado algunas tertulias radiofónicas, que se emiten desde la capital de España. Alguna de ellas era un verdadero torbellino de voces. Los tertulianos querían intervenir todos a la vez; sus palabras eran altisonantes y se atropellaban de tal manera, que aquello parecía la guerra; o, si queréis, un gallinero. No había manera de entender nada. Yo lo escuchaba horrorizado, mientras me iba con la mente a mi tertulia, que me parecía un camino normalito, un árbol de apacible y gratificante sombra.
Y me preguntaba: ¿pero es que a estas alturas del siglo XX, hay tertulianos que aun no han aprendido a serlo? O, ¿es que es tan difícil dejar hablar?....¡Que los están oyendo en toda España y quizá desde fuera de ella!
Las tertulias, como todo colectivo, tienen la posibilidad de edificar o de destruir.